lunes, 25 de junio de 2012

Eduardo Sánchez Pérez. Párrafos con correcciones.

 1.1.1. Creación de conceptos, esquemas y categorías, para dar sentido al mundo
A partir de Nietzsche, lo verdadero –si lo podemos llamar así– es el devenir, no lo trascendente, lo «verdadero» es el movimiento constante. Pero el constante movimiento, o devenir, no lo podemos percibir tal cual es, nunca dejará de ser una gran X para nosotros, siempre una incógnita. Ningún ser humano tiene acceso a esa posibilidad; a lo que nosotros tenemos acceso es sólo a metáforas, y a metáforas de estas metáforas. ¿Por qué metáforas, es decir, traslaciones de sentido? Porque «la enigmática X de la cosa en sí se presenta en principio como impulso nervioso, después como figura, finalmente como sonido»[1]. En tanto el mundo es corporal, las imágenes sensibles son ya una primera metáfora, pues sólo son un reflejo de la corporalidad, no la corporalidad en sí, es decir, las imágenes que tenemos cuando percibimos son sólo espejismos. Las metáforas de metáforas son las imágenes fonéticas, las palabras, hacen inteligible la realidad al relacionarlas, agruparlas y contraponerlas, pues refieren a conceptos, esquemas y categorías.
            El categorizar y el esquematizar no responden a una razón especulativa, contemplativa, a una razón que intenta teorizar un mundo que tiene enfrente, desinteresadamente, sino que este esquematizar responde a una necesidad vital. El esquematizar sirve como condición para el desarrollo de la vida. El mundo es caótico, y la ilusión de orden la pone el ser humano. Por esto mismo, la vida, se procura por medio de estos esquemas su conservación.
            Ahora sólo nos sale al encuentro el caos, ya que el mundo no es orden, sino que el ser humano lo ordena obedeciendo a su necesidad vital y, en concordancia con esta perspectiva la razón humana antropomorfiza al caos y lo explica siempre en función de su vida, le da un sentido y lo pone a su servicio. No es el mundo sino nuestra manera de acercarnos a él lo que crea orden, pues vemos al mundo a partir de las categorías que hemos creado, y aprendido.
            Podemos dar cuenta del caos que es corporal, no ya por medio de nuestras representaciones, sino en tanto somos vida, y en tanto somos seres corporales. Es la voluntad de vivir la que nos impone ver al mundo como orden, el orden es la condición condicionada por la vida para su existencia, el orden no depende del mundo sino del sujeto que ordena la realidad desde sus esquemas, esto no es más que un relativismo ya que depende de la experiencia de cada sujeto. No podemos más que aceptar que el mundo es perspectivista, es decir, que cada individuo ve en diferentes grados la realidad, desde sí.
            Como se venía diciendo la condición de posibilidad para la vida es crear el orden, es el deformar al caos en categorías y esquemas, intentar hacer inteligible el devenir. Estos esquemas no son nunca más que transliteraciones de la realidad, es decir, metáforas, metonimias y otros tropos. Metáfora –para Nietzsche– no se aleja del sentido «originario» de la palabra, es decir, esquematizar es lo mismo que crear, crear poéticamente la realidad. Esquematizar es inventar. El esquematizar sirve para dar consistencia a la vida, en un primer momento el crear da sentido a la vida, le da la posibilidad de acrecentarse pero muy pronto los hombres se olvidan que lo que está en el mundo, como orden, no es más que su creación, y cuando se lo toma por lo único cierto, entre más se repita el error, se toma por más verdadero. A este respecto Nietzsche nos dice:
Sólo mediante el olvido de este mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y petrificación[…] de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este Sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en resumen: gracias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de esa creencia que lo tiene prisionero, se terminaría en el acto su «conciencia de sí mismo». Le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido, ya que para decidir sobre ello tendríamos que medir con la medida de la percepción correcta, es decir, con una medida de la que no se dispone.[2]




[1] Frederick Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extra  moral, p. 6.
[2]  Ibid., p. 12.                                                                                                                                                  

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