Para Marx, el
hombre no está determinado a ningún fundamento fuera de sí; o dicho de otra
manera, el hombre es su fundamento. Esto quiere decir que El autor estaría
acompañando su concepción de hombre siguiendo un poco a Hegel: el hombre como
conciencia de sí. Este hombre autoconsciente deja fuera ya toda creencia de
tipo religiosa, pues su punto referente no es un ente superior, metafísico o
divino, sino más bien es el hombre mismo: “La crítica de la religión desemboca
en la doctrina de que el hombre es la
esencia suprema para el hombre”[1]. Para
el joven Marx la propia religión surge del hombre y no al revés, dándole un peso
muy fuerte al hombre como raíz del
mismo hombre: “Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para
el hombre, es el hombre mismo”.[2] Empero,
no se queda solo en este terreno, sino que afirma una autonomía esencial. Esta autonomía no consiste simplemente en que
el hombre niegue a Dios como fundador de su existencia, sino que el hombre ya
es en sí mismo su existencia: El hombre depende de su existencia.
Pareciera que
Marx no difiere de algún otro pensamiento idealista, pero precisamente para no
caer en el idealismo Marx afirma que el hombre es un ser natural. Marx adjudica su naturaleza a la necesidad vital, pues es
a partir de que el hombre es un ser necesitado por el que requiere de algo
externo a él, y ésta necesidad es la que lo lleva a modificar la naturaleza. Su
necesidad es causa de un padecimiento que le viene a partir de sus sensaciones
y de sus pasiones; de allí que el hombre como un ser que padece sea un ser
necesitado. El hombre está inserto en un mundo y como tal no puede abstraerse completamente
de él, pero en este mundo el hombre cumple ciclos vitales, por lo cual mantiene,
entonces, una relación metabólica con
su entorno; es decir, no solo toma como suya a la naturaleza, sino que el mismo
ya es naturaleza, pues, de hecho, está dentro de ella.
La relación del
hombre con la naturaleza, sin embargo, no acaba de limitar completamente la
concepción de hombre de Marx y otra característica que le adjudica es que el
hombre es un ser genérico. Adolfo Sánchez
Vázquez, siguiendo a Marx, afirma que “Ser natural humano quiere decir: un ser
que es para sí mismo y, por tanto, un ser genérico,
y como tal debe necesariamente actuar y afirmarse tanto en su ser como en su
saber”.[3] El
hombre es un ser genérico porque es consciente de que es un ser natural necesitado
y que es fundamento de sí, y no solo eso, sino que el peso que tiene la
concepción de género que entiende
Marx hace que su concepción del hombre difiera completamente de algún tipo de
idealismo, pero tampoco se sitúa en un empirismo puro. Lo que enfatiza Marx es
la libertad que tiene de acción, pues por un lado afirma la conciencia que
tiene como género, y no solo en la relación con la naturaleza, sino con su propio
ser: el género se vuelve en su objeto.
Marx comparando al hombre con los animales afirma sobre este punto que:
El animal es
inmediatamente uno con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad
vital misma el objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital
consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda
inmediatamente. La actividad consciente distingue inmediatamente al hombre de
la actividad vital animal. Justamente, y solo por ello, es él un ser genérico.[4]
El ser genérico
entonces no consiste solo en la conciencia del hombre, además se afirma una
actividad vital en la cual puede
desarrollar una relación metabólica
con la naturaleza: el trabajo humano. “La producción práctica de un mundo objetivo, la elaboración de la
naturaleza inorgánica, es la afirmación del hombre como ser genérico
consciente”[5];
es decir, que tanto el animal como el hombre tienen como actividad vital el trabajo, pero el animal, por un lado,
produce solo unilateralmente: trabaja directamente para sí y para sus crías,
para satisfacer sus necesidades inmediatas. El hombre, por otro lado, produce
universalmente; es decir, que no solo satisface sus necesidades inmediatas,
sino que su producción lo lleva a un terreno más allá que la mera
sobrevivencia, su conciencia hace que produzca con voluntad y con libertad. Asimismo,
el hombre no se queda en este terreno solamente, sino que su propia voluntad
hace que produzca conforme a leyes naturales y conforme, como dijera Marx, a las
leyes de la belleza.
No obstante, el
joven Marx no ha agotado por completo su concepción de hombre, pues para Marx
el hombre no se encuentra inmiscuido en la naturaleza solamente, sino que
igualmente se encuentra en una sociedad.
En este caso, entonces el hombre es un ser social,
pues una consecuencia de su ser genérico es la relación con otros géneros,
incluyendo el suyo mismo, y esta relación con su propio género solo se da
dentro de una sociedad. Como lo dijera
Sánchez Vázquez, para Marx la sociedad es la realización del género, por tanto,
el hombre como ser genérico solo existe en
y por la sociedad. “Así como la
sociedad produce ella misma al hombre
en cuanto hombre, es producida por
él.”[6]
Empero, no porque estemos afirmando un ser genérico como social negamos la
existencia de un ser individual, pues ya la sociedad supone la conjunción de
seres individuales: el hombre como individuo es el que se relaciona en la
sociedad a partir de su generidad, no son opuestas estas cualidades, sino todo
lo contrario, son complementarias.[7]
[1]
Karl Marx. “En torno
a la crítica de la filosofía del Derecho”, en La sagrada familia y otros escritos filosóficos, p. 10.
[7] El
“hombre social” se da a partir de que el individuo exterioriza y manifiesta su
vida social cooperativa. Esta
concepción de Marx se contrapone completamente al individuo social, el cual se
da a partir de una enajenación del individuo, volviéndolo egoísta, atómico. Mientras el primero se da a
partir de una relación estrecha entre el hombre y el mundo, en el segundo se da
una separación entre el hombre y el mundo, de allí que se distinga la
diferencia.