A partir de Nietzsche, lo verdadero
–si lo podemos llamar así– es el devenir, no lo trascendente, lo «verdadero» es
el movimiento constante. Pero el constante movimiento, o devenir, no lo podemos
percibir tal cual es, nunca dejará de ser una gran X para nosotros, siempre una incógnita. Ningún ser humano tiene
acceso a esa posibilidad; a lo que nosotros tenemos acceso
es sólo a metáforas, y a metáforas de estas metáforas. ¿Por qué metáforas, es
decir, traslaciones de sentido? Porque «la enigmática X de la cosa en sí se presenta en principio como impulso nervioso,
después como figura, finalmente como sonido»[1]. En tanto el mundo es
corporal, las imágenes sensibles son
ya una primera metáfora, pues sólo son un reflejo
de la corporalidad, no la corporalidad en sí, es decir, las imágenes que
tenemos cuando percibimos son sólo espejismos. Las metáforas de metáforas son
las imágenes fonéticas, las palabras, hacen inteligible la realidad al
relacionarlas, agruparlas y contraponerlas, pues refieren a conceptos, esquemas
y categorías.
El
categorizar y el esquematizar no responden a una razón especulativa, contemplativa,
a una razón que intenta teorizar un mundo que tiene enfrente,
desinteresadamente, sino que este esquematizar
responde a una necesidad vital. El esquematizar
sirve como condición para el desarrollo de la vida. El mundo es caótico, y
la ilusión de orden la pone el ser humano. Por esto mismo, la vida, se procura
por medio de estos esquemas su conservación.
Ahora
sólo nos sale al encuentro el caos, ya que el mundo no es orden, sino que el
ser humano lo ordena obedeciendo a su necesidad vital y, en concordancia con
esta perspectiva la razón humana antropomorfiza al caos y lo explica siempre en
función de su vida, le da un sentido y lo pone a su servicio. No es el mundo
sino nuestra manera de acercarnos a él lo que crea orden, pues vemos al mundo a
partir de las categorías que hemos creado, y aprendido.
Podemos
dar cuenta del caos que es corporal, no ya por medio de nuestras
representaciones, sino en tanto somos vida, y en tanto somos seres corporales.
Es la voluntad de vivir la que nos
impone ver al mundo como orden, el orden es la condición condicionada por la
vida para su existencia, el orden no depende del mundo sino del sujeto que
ordena la realidad desde sus esquemas, esto no es más que un relativismo ya que
depende de la experiencia de cada sujeto. No podemos más que aceptar que el
mundo es perspectivista, es decir, que cada individuo ve en diferentes grados
la realidad, desde sí.
Como
se venía diciendo la condición de posibilidad para la vida es crear el orden,
es el deformar al caos en categorías y esquemas, intentar hacer inteligible el
devenir. Estos esquemas no son nunca más que transliteraciones de la realidad,
es decir, metáforas, metonimias y otros tropos. Metáfora –para Nietzsche– no se
aleja del sentido «originario» de la palabra, es decir, esquematizar es lo
mismo que crear, crear poéticamente la realidad. Esquematizar es inventar. El esquematizar sirve para dar
consistencia a la vida, en un primer momento el crear da sentido a la vida, le
da la posibilidad de acrecentarse pero muy pronto los hombres se olvidan que lo
que está en el mundo, como orden, no es más que su creación, y cuando se lo
toma por lo único cierto, entre más se repita el error, se toma por más
verdadero. A este respecto Nietzsche nos dice:
Sólo
mediante el olvido de este mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el
endurecimiento y petrificación[…] de imágenes que surgen de la capacidad
originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este
Sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en resumen: gracias
solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por
cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y
consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los
muros de esa creencia que lo tiene prisionero, se terminaría en el acto su «conciencia
de sí mismo». Le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el
pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la
cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece
totalmente de sentido, ya que para decidir sobre ello tendríamos que medir con
la medida de la percepción correcta, es decir, con una medida de la que no se
dispone.[2]